15 abril, 2006

Mi Día de Buena Suerte

A Ruth Torín Ollarves
No solamente los encabezados son los que dan ese interés especial en cualquier texto, artículo u otro tipo de escrito. También hay párrafos que no llevan títulos y son muy interesantes. Tal es este caso, que tiene cierto tipo de discordia, tanto en lo que voy a relatar como en su rótulo, sin embargo un consejo sí les doy: Para opinar hay que analizar muy a fondo. Me llamo Paúl Cortés. Para aquel tiempo tenía diez años, ahora tengo quince.
Estudié en una escuela llamada "El Soro" aunque yo siempre la llamé el "Zorro" ya que él era mi héroe favorito.
Mis amigos siempre decían que yo era el ave de mal agüero, y por lo tanto en pocas oportunidades jugué con ellos. Siempre fui muy desdichado con respecto a las amistades y la suerte. Ahora estoy muy pero muy feliz; adoro este mundo.
Todo me salía mal, nunca algo me resultó como yo quise, excepto aquel día. Siempre Mama tenia que ir a mi escuela para excusarme por mis retardos, porque todo el tiempo yo estaba apresurado y por consiguiente muy retardado. Todos los días me despertaba muy tarde, diez o quince minutos antes de entrar a la escuela y cuarenta y cinco minutos después de que el reloj despertador sonaba. Salía de mi casa sin desayunar, todo desarreglado y si no se me olvidaba algo era de milagro, porque siempre tenía que regresar en busca de cualquier cuaderno o implemento insignificante que de no llevarlo reprobaría cualquier evaluación.
Al momento de tomar el autobús todo era igual. Cuando llegaba a la parada, me sentaba en el banquillo de espera y siempre tenía que dárselo a una señora que de Lunes a Viernes iba a aquella parada con un niño en brazos, y yo, por educación y caballerosidad se lo cedía, y después de dárselo repetía esa frase ridícula que de tanto escucharla logré grabarla en mis desordenadas neuronas: "Gracias, mi niño siempre muy caballeroso con las damas", ¡Vieja tonta!, nunca la soporté. Cuando el autobús se aproximaba a la parada, todos caminaban hacia el vehículo, pero yo, para ganarle tiempo al tiempo, corría un poco para entrar de primero, sin embargo mis intentos eran inútiles; todos asumían una actitud salvaje y se movían sin orden y coherencia. Blasfemaban unos con otros, se golpeaban..., y al momento de mi turno alguien siempre se adelantaba. Yo le exigía un poco de paso: "Es mi turno, no abuse" y me respondían: "Cállate o vete a tu casa mocoso".
Permanentemente ocurrieron esas situaciones de las que ya estaba acostumbrado hasta tal punto que para justificarlas las incluía en lo cotidiano de mis salidas a la escuela. De todos modos lograba entrar al autobús para esperar quince minutos de pie hasta llegar a la escuela.
Un día, muy diferente a los míos, todo fue distinto. Mi suerte dio un vuelco total. Aquel día, lunes específicamente, desperté muy temprano, a las cinco en punto de la mañana. Tuve tiempo para todo: desayuné, arreglé mi ropa y salí a la parada de autobuses con mucho tiempo disponible. Al llegar a la parada todo salió bien. Me senté en el banquillo de espera y no hubo señora alguna con niño en brazos exigiéndome el asiento. Lo mejor de todo fue la ausencia de los salvajes que esperaban el autobús siempre, solamente había ancianos muy educados. El autobús llegó dos o tres minutos después de haber llegado allí. Entré sin dificultad. Llegué a tiempo a la escuela y hasta un fuerte aplauso recibí por iniciativa de mis compañeros mas no por mandato de la profesora. Mis amigos me brindaron ese día una sincera amistad sin excepción. En fin, todo estuvo bien. Al salir de la escuela me fui en un grupo, con mis amigos. Hablamos de todo: de niñas, juegos, etc. Cuando llegamos a la avenida era necesario que el grupo se disolviera para que todos fuésemos a nuestras casas. Yo era el único que debía cruzar la avenida para tomar otro autobús, así que, me orillé a la acera para esperar el despeje de la avenida. Paco, uno de mis amigos, vivía cerca de la escuela, por ello se fue caminado. La avenida quedó desierta, pero no del todo, porque a mi izquierda y desde una cierta distancia se distinguían algunos carros, no muy lejos. Tenía oportunidad de cruzar. Me encaminé al otro lado de la calle y cuando iba por la mitad de la avenida Paco me llamó, supongo que fue para decirme algo que olvidó comunicarme, yo por simple agradecimiento a su amistad, volví hacia él. Por mi derecha se aproximaba una gran ola de autos...
_Vamos, Paúl, debes bajar a cuidar el nuevo chico que te asigné.
_Sí, sí, ya voy San Pedro.

No hay comentarios.: