15 abril, 2006

"Tiempos de Libertad"

Diciembre de 1856 y el Teniente Jeremías, siguiendo órdenes de su superior, el General Eutimio Contreras, estuvo atento de que todos sus hombres cubrieran toda la llanura, sin dejar de vigilar un solo rincón del campo de batalla. Unos quince días antes el ejército rebelde había recibido una carta de parte de espías aliados en donde decía que el ejército colonial iba a arremeter nuevamente incluso con más soldados reclutados y con más artillería recientemente importada de España e Inglaterra. Desde ese entonces el general Eutimio había ideado estrategias importantes con el fin de doblegar toda fuerza enemiga que había estado sometiendo al pueblo, razón por la cual el ejército rebelde tomó otra cara. Entre las tácticas aplicadas estaba la ubicación de diferentes batallones por todos los flancos: pequeñas colinas, senderos, matorrales, un río cercano e incluso los animales salvajes eran indicadores de cualquier presencia. El ejército colonial no supo nunca que en sus filas había un espía del ejército rebelde e incluso soldados del rebelde interceptaban incautos enemigos que iban al río a darse un baño y los apresaban y torturaban en busca de información adicional. Algunos débiles decían todo o lo poco que sabían y otros, en cambio ni una palabra y tanto ellos como los que daban información eran fusilados y dados como alimento a las pirañas del río. El ejército rebelde había aumentado su eficiencia y estrategias de guerra gracias al entrenamiento que habían recibido una cantidad de hombres enviados a Haití y a otras partes del caribe en donde los avances militares eran el pan de cada día. Habían pedido ayuda a otras fuerzas del país pero lamentablemente nunca recibieron respuesta. Toda fuerza humana era alentada a participar en la liberación de aquella región y la petición fue tan aceptada que hasta los niños se prestaron como pequeños soldados que enviaban información y correo a batallones lejanos entre sí. Las mujeres por su parte eran las que cosían toda clase de uniformes de campaña y batalla minuciosamente diseñado para camuflarlo con las hierbas y plantas existentes. Los tejidos se los proporcionaban unos disidentes holandeses que vivían en ese pueblo y habían instalado un laboratorio y el camuflaje era una innovación traída del ejército francés.

Jeremías asumiendo su gran compromiso de Teniente permanecía con los ojos bien abiertos y todos sus sentidos bien agudizados. En momentos confusos pensaba en su bella Amanda quien había dejado en aquella escuela que sirvió de albergue para tanta gente que había quedado sin nada luego de la arremetida anterior por parte de las tropas enemigas. Ella estaba muy confundida, deprimida y llegó a sentir asco por los hombres luego de que uno de los del ejercito colonial la violó. No quería ver a Jeremías ni saber de él siquiera. La última vez que él la vio fue minutos después de ser asquerosamente ultrajada, tirada en el piso, con el vestido roto, con la boca ensangrentada, el honor hinchado y con los ojos tan abiertos perdidos en el cielo. Entro en un constante shok, razón por la que sus familiares estaban muy atentos de ella. Jeremías sentía muchas ganas de estar con ella, de apoyarla, de consentirla y hasta llegó a pensar en dejar la maldita guerra e irse corriendo a los brazos de su princesa pueblerina, pero ella no quería verlo ni él podía hacerlo, además de que el compromiso en la guerra era inmenso, sin embargo sus deseos de libertad eran hasta mas fuertes y volvía a aquel momento llegando a odiar aún mas al hombre que oso ultrajarla días antes y sin saber aún quien era.

A eso de las 11 de la mañana se escucho el grito de la campana. Era uno de los soldados quien trepo un árbol para anunciar el momento de la llegada de las tropas enemigas. Era un contingente grandísimo “Son un montonal, demasia’ gente, mi general” dijo la campana.“Todo el mundo alerta que se acercan” -grito el general Eutimio.La adrenalina se activó en todos los hombres, los perros que estaban cerca de los soldados pudieron percibirla ya que comenzaron a ladrar y un panal de abejas que estaba ubicado en un árbol cercano, se perturbó por completo. Los soldados empezaron a realizar sus cortas oraciones pidiéndole a Dios que los ayudara no a vivir sino a liberarse de ellos. Las mujeres fueron avisadas y empezaron a preparar las medicinas en la edificación que habían tomado como hospital y con ayuda de unas monjas de una misión cercana que no eran enemigo de nadie.Amanda de repente entró en si. Se reincorporó, al parecer, había olvidado en gran parte, el hecho que ya hacía un mes la había marcado. Había estado en un lapso casi de latencia psíquica por ese tiempo y se tomó unos minutos para saber en donde estaba, estiró sus huesos, reconoció muchas de las cosas que tenía en frente y a su alrededor y se dio cuenta de la prisa que toda la gente tenía. Al preguntar qué sucedía sin vacilar un segundo puso su ayuda a la disposición de todos y de todo.

Era necesario ser pioneros y llevar la delantera con ataques. Los cañones dados en contrabando por Francia ya estaban preparados desde antes así que solo basto con encender la mecha y disparar los primeros proyectiles para comenzar la batalla. Los coloniales no se imaginaron esta embestida y extrañados de lo que pasaba no supieron qué hacer por unos cuantos segundos. “Continúen pelmazos”, dijo el General Balladares, “que no podemos parar, esta batalla es nuestra”. Enseguida una línea muy grande de soldados coloniales empezó a disparar con sus armas manuales y atrás los cañones respondían a la ofensiva rebelde. Varios soldados enemigos siguieron caminando sólo unos pocos metros y se desplomaron porque sus cabezas en la tierra fueron los primeros resultados sangrientos. Los hombres a pies y ubicados en el frente, se abalanzaron primero y empezaron a luchar de hombre a hombre con espadas y armas de la época. El ejército rebelde había instalado unas trampas en el suelo hechas de palos filosamente tallados pero lamentablemente algunos de los rebeldes perecieron allí, clavados por completo y dando las primeras bajas de estos. Otros, también a pié, desde puntos estratégicos, bien escondidos y camuflados, disparaban sus carabinas para apoyar a los espadachines.La ventaja de los rebeldes consistió en los ataques por todos los flancos. Los soldados que estaban en las colinas disparaban atinándole a los caballos y a la cabeza de los que iban a pié del ejercito colonial. Muchos brazos y piernas fueron cercenados por los cortes certeros de las espadas, gritos de dolor abrían el mediodía y los sentimientos de lucha y libertad crecían más y más a medida que la batalla avanzaba. El Teniente Jeremías, a caballo, avanzaba de metro en metro luchando con enemigos que estaban a caballo logrando poco a poco aniquilar a muchos de ellos.

La guerra, como todas, se estaba tornando aún más sangrienta. El acometido del ejército colonial era ganar la ciudad que los rebeldes ocupaban y el del rebelde era devastarlos a todos y lograr su libertad que no se sabía si era en esa o en otra batalla. De pronto un contingente grande de campesinos que vinieron armados con machetes y ganas de ser libres, se unió al ejército del General Eutimio. El General Eutimio, por su parte, luchaba y comandaba la batalla muy inteligentemente haciendo que sus soldados triunfaran en aquella ofensiva.El soldado Patiño, herido en un brazo, logró llegar a Jeremías, “Ese es...” le dijo. Por un momento Jeremías quedó inmóvil, no supo cómo manejar la situación. Sus funciones vitales aumentaron, sintió que su sangre iba a salir disparada a chorro corrido por sus oídos, nariz y boca. Por un instante pudo reincorporarse y se bajó de su caballo, caminó sigilosamente hacia un enemigo en específico, sin quitarle la vista. Marchó por entre los guerreros, cubriéndose de sus hombres, dejando también que este avanzara mas hacía él. Sólo basto un instante para tenerlo frente a frente y con su arma le disparó en una pierna, lo tomo de un pié y lo arrastró hasta debajo de un árbol.Jeremías no dijo una sola palabra y el colonial no tuvo tiempo de decir algo. Le dio un disparo en la otra pierna. ¡¡Aaaaa!! Fue el grito que se escuchó cuando sonó el segundo disparo. El colonial temblaba, jadeaba y miraba a los ojos a Jeremías. Fue ahí cuando el rebelde subió lentamente su arma. Ese momento fue lánguido. Una gota de sudor que se traducía en miedo mezclado con justicia se deslizaba por entre el pelo de Jeremías, baño el arma y dio pié a un balazo en medio de las piernas del colonial. El dolor fue grande, extremadamente grande. Jeremías gozó completamente el dolor de aquel hombre, sus movimientos lo alimentaron. Disfrutó todos y cada uno los instantes de dolor del colonial. Finalmente este murió. De tal manera, tomó su espada y la enterró en el estomago del colonial. Esta traspasó tanto que hasta se enterró al árbol en el que el colonial estaba apoyado.Continuó clavando una y otra vez la espada que también se le enredaba en las costillas del hombre. Le dio una cortada en el cuello y el caudal de la sangre que emanaba era mucho y bañaba a Jeremías y sin importarle lo asqueroso del momento continuaba gracias a lo que sentía. Un soldado rebelde veía con terror cómo los intestinos del colonial explotaban y se regaban por el suelo. No tuvo tiempo de hacer nada porque la situación lo dejó sin aliento. No tuvo siquiera ganas de vomitar. El colonial continuaba abierto por la mitad de su cuerpo derramando no solo su sangre, estomago e hígado sino también su colonialismo. Otro soldado rebelde fue a separar a Jeremías del colonial. El General Eutimio vio la situación y dijo al soldado “Déjenlo tranquilo porque tiene muchas razones para matarlo” sin embargo tuvo que irse de allí porque tantos órganos regados por doquier no producían buenas sensaciones.Habían pasado poco más de una hora desde que la contienda empezó. La mortandad era infinita. Esta vez más heridos coloniales y muertos que los rebeldes, situación que no se vio en la batalla anterior.Una de las señoras del pueblo, Lola, sigilosamente pudo llegar al campo de batalla. Antes de llegar a hablar con el General Eutimio pasó cerca del lugar en donde Jeremías estaba dando muerte al colonial. La madam quedó atónita, sabía que la guerra era sangrienta pero jamás imaginó que era a tal punto. Cuando vio al colonial ya estaba hecho una mezcla de huesos y órganos regados y Jeremías estaba saliendo de ese lugar en donde mató al hombre, completamente salpicado y mojado de sangre colonial y llegando a ser otra vez, ese Teniente que era parte importante de la guerra de independencia.La madam se detuvo en un árbol cercano a vomitar y a recordar tan asqueroso hecho. Fue vista por Jeremías. Preocupado le dijo:

_ ¿Sra. Lola que le pasa?

_ Usted estaba matando a ese hombre. -Le dijo con las manos en la boca, tratando de no seguir vomitando.

_ Era el enemigo, Sra. Lola.

_ Sí, era el enemigo, pero ¿porque así, de esa manera? no le bastó con dispararle con su arma.

_ No, no me bastó. No solo era un colonial, sino también violador.

Se quedaron en silencio por unos segundos y viéndose a los ojos el uno al otro. La Sra. Lola abrazó a Jeremías con una sonrisa de satisfacción, entendiéndolo a él y entendiendo todo. Jeremías le dijo: “Pero alégrese, porque al parecer ya vamos a tener libertad.

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